Por Andres Dunayevich

Estoy haciendo una serie documental sobre historias de vida de personas que estuvieron o están presas.
A propósito de este trabajo en las cárceles, Mariano Cognigni me comentó de un compañero de trabajo que vivía en la comuna de Bower. Él todos los sábados se empilchaba y se peinaba con gomina a la vieja usanza, se lustraba los zapatos y se perfumaba. Entonces se iba a la cárcel de mujeres, en el horario de visitas. Con una gran curiosidad, pero él no iba visitar a NADIE. ¿Cómo que a nadie, le pregunté?

Tal cual como te estoy contando, me dijo, él se paraba frente a la puerta del servicio penitenciario de punta en blanco e ingresaba a la cárcel pasando todos los niveles de seguridad. Huellas digitales, presentación de su DNI y requisa. Por fin le preguntaban a qué internada venía a visitar y ahí se quedaban todos mudos. “A nadie” respondía. Ante la insistencia de los guardias volvía a responder. “Vengo a visitar a quien me quiera ver” No habiendo ninguna reglamentación en contra de visitar a nadie en la Ley 24.660, los guardias lo dejaban pasar. Al principio lo seguían pensando que se podía tratar de un engaño o que intentaría el tráfico de droga. Pero la situación se repitió sábado tras sábado sin mayores inconvenientes.

Un día uno de los guardias le pregunto muy intrigado ¿me puede contar a quién viene a ver realmente?

Al final es susodicho tuvo que confesar. Siendo soltero y no tan joven como antes ya no le era tan fácil concretar una relación amorosa. Cabe aclarar que en ese entonces no existían las redes sociales, Tinder ni nada de eso. Por lo cual todos los sábados se iba a la cárcel de mujeres conla esperanza de conocer a ninguna chica que quisiera quererlo. Esa era su salida. En un pabellón con más de 300 mujeres muchas de ellas solteras y deseosas de entablar relación con un hombre. En el juego de las estadísticas y probabilidades numéricas sus chances eran muy altas y casi no tenía competencia. Casi siempre recibía alguna charla con aires de cita, de cuando en cuando unos besos y caricias románticos. En esos instantes ambos amantes se sentían libres y el mundo les parecía un sitio poco mejor.

También conocí a un amigo (no voy a dar nombres) que vivía en el barrio Belgrano de Buenos Aires y que cada tanto se iba con su mochila al hombro a pasar un fin de semana a un Backpaker o hostel de viajeros que quedaba justamente a la vuelta de su casa. Decía que venía recorriendo Latinoamérica cual Che Guevara y con el mismo objetivo del caso anterior. Conocer a alguna chica y de paso practicaba el Ingles que lo tenía bastante desatendido.
Me contó que estuvo con Brasileras, Finlandesas, y hasta con una porteña que quizás hacía lo mismo que él. Pero que nunca se confesaron su estrategia.

Es interesante ver el ingenio y la creatividad del ser humano ante la necesidad de encontrar alguien para enamorarse por un rato.

Historias de un Camboyano.

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