Dos Cordobeses perdidos en la Ciudad

Hablaba bastante bien el inglés luego de haber realizado varios viajes a EEUU y a Inglaterra. Sin avergonzarme, era un niño bien, como se le suele decir. Carlitos había vivido desde muy chico en la Calle. Un niño de la calle como también se suele decir.

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Una organización convocó a distintos jóvenes de Córdoba para participar de un encuentro de intercambio en Alemania. A mí me invitaron representando a la ONG El Ágora. A Carlitos como vendedor de revista La Luciérnaga una alternativa laboral para los jóvenes en situación de calle.

Aún recuerdo el día que salimos desde el Aeropuerto. No sé por qué nos aferramos él uno al otro. Mirábamos los modernos edificios de Alemania, el silencio de las calles nos llamaba la atención, esos autos lujosos descapotados con las llaves puestas…”Uy si me vieran mis amigos, ese auto está regalao”

Una noche salimos a recorrer la Ciudad Alemana de Dresden. Éramos un grupo grande de jóvenes de Organizaciones de distintas partes del mundo. Pasamos por debajo de un puente donde había un señor tocando una especie de polka con un bandoneón y aprovechamos para sacar a bailar a nuestras compañeras de viaje. Recuerdo que terminamos todos bailando. Se sumaron muchos más turistas a la gran fiesta callejera que se formó de manera espontánea.

Ya en los bares, hice de traductor de Carlitos, quien con su sonrisa y gestos afirmativos lograba intercambiar grandes conversaciones vaya a saber sobre qué temas, me decía que acá él era “él distinto” y con su “belleza exótica” lograba llamar la atención, y de las chicas también. Él era la estrella, yo un 4 de copas entre la muchedumbre. Ambos nos necesitábamos. Terminamos completamente borrachos. Perdimos el colectivo de vuelta y quedamos solos y abandonados recorriendo las calles empedradas intentando encontrar el hotel.

El sol empezaba a salir, fue una de vistas más increíbles que me ha tocado presenciar. Pintaba de naranja casas antiguas, iglesias góticas, puentes que se conectan con casas de un modo laberíntico. Pero la hora corría, comenzamos a preocuparnos. Teníamos que salir temprano con todo el grupo hacia Polonia. A pesar de mi Ingles, la gente no nos entendía bien, porque no conocíamos el nombre del Hotel. Después de dar varias vueltas por el mismo lugar, Carlitos me dijo “déjame a mí, creo que podemos llegar bien. Me crié en la calle, tengo el mapa en la cabeza” Y así fue como después de una gran caminata y un par de giros, finalmente llegamos. En el hall del Hotel nos recibieron a los aplausos el resto del grupo que ya estaba desayunando antes de partir.

Nos llevaron en una caravana solidaria a conocer cómo vivían los chicos pobres en Polonia. Cuando bajamos del colectivo cuan jugadores de fútbol del seleccionado argentino nos rodearon un montón de pequeños niños. Nos llamó la atención lo rubios que eran, que digo rubios, eran transparentes de blancos. Inmediatamente comenzaron a pedirnos dinero al vernos turistas. Carlitos sorprendido me dijo, “Mirá, acá los negros son rubios”. A lo cual estallamos en carcajadas. Tantas veces él había estado en esa misma situación de niño.

Dejarse sorprender, mirar, reír, beber, descubrir, colores, sabores, conversaciones, todo se hacía intenso. Aprendimos el verdadero significado de viajar. Saber que nunca más viviríamos algo así.

Volvimos y como todo viaje, algo había cambiado, no sabemos qué pero éramos distintos.

Hoy pienso cuán importante es no perder esa capacidad de ponerse en el lugar del otro.

 

Andrés Dunayevich. Historias de un Camboyano.

Acá los negros son rubios

 

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