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Cuando era chico, como todos los chicos creía que tenía poderes. Mientras jugaba a los playmobil, imaginaba historias y ese era mi mundo impenetrable. Un día, decidí que ya era grande y no debía jugar más a los playmobil. Realicé un último juego de despedida y los puse en una caja y le pedí a mi mamá que se deshiciera de la misma para siempre.

Mucho tiempo después, esta vez de grande en serio, mi hija jugaba con la misma pasión a los playmobil y pensé: será que hay cosas que se transmiten desde el ADN, porque yo nunca le inculque ni enseñe a jugar con esos muñecos cuadrados. Mi madre confesó una vez emocionada que no había podido deshacerse de esa caja, era una despedida de mi infancia. Lo sé porque un día llegó a casa con la misma caja y se la regaló a mi hija. Yo la miraba sorprendido jugar con los mismos muñequitos que alguna vez habían sido “mis amigos de la infancia” y en ese momento recordé el poder que creía tener de chico. Creía que podía adivinar el pensamiento de la gente, una especie de telepatía que al mirar a la gente a los ojos con cierta profundidad sabía lo que pensaban, pero en realidad no se trataba de adivinar, sino de comprender los sentimientos de las personas. Ese era mi pequeño y gran secreto de niño.

Así fue como me olvidé de todo ese mundo, pero siempre lo llevé conmigo como un gran amor oculto, yo sabía que esa capacidad de entrar en burbujas mentales y esos cuentos estaban conmigo, pero debía ocultarlos, por miedo a ser detectado como un Peter Pan, un inmaduro o por el miedo a ser tratado como un retrasado o estúpido.

Pero hubo momentos en la vida que esa sensación volvía, en los viajes, con algunos amigos o borracheras. En algunos partidos de Rugby donde se creaba una burbuja de irrealidad donde el tiempo se detenía. Me paso más fuerte cuando conocí a Camila y volvió la sensación de recuperar ese poder perdido, de mirar y saber lo que estaba sintiendo y que no hacía falta decirlo todo. Hasta recuerdo que le conté la historia de mis poderes y la teoría de la burbuja.  Se río de mis supuestos super-poderes, pero mucho tiempo después confesó que eso la había cautivado.

Con el tiempo quise profundizar en el concepto de la telepatía, porque muchas veces cuando estaba haciendo una entrevista el entrevistado se me adelantaba a la pregunta que le estaba por hacer, no hacía falta preguntar nada, simplemente escuchar o seguir el desarrollo de una conversación. La escucha activa que brinda la confianza de disfrutar de la historia como parte de la construcción de su identidad. Somos las historias que nos contamos. Eso es lo más maravilloso de construir con el otro y desarrollar charlas únicas llenas de realismo mágico. Nada más poderoso.

Luego descubrí que en realidad no se trataba de telepatía, (más allá de recibir algún llamado de alguien cuando estaba pensando en ella) se trataba en realidad de la destreza de la empatía, que suenan similar y seguramente tienen mucho que ver, pero no es lo mismo. Tiene que ver con conectarse con el otro, con sus sentimientos, con lo que le sucede. Las neuronas espejo. Cuidar al otro, mirarse y transmitir. Adelantarse a lo que va a suceder. Un poder que todos tenemos pero que por falta de ejercicio lo vamos perdiendo.

Hoy discutiendo con Camila, me criticaba que en las reuniones me voy, me pierdo en las historias de la gente y que me olvido de ella, la dejo sola…En mi defensa le dije que si había algo que le molestaba me lo tenía que decir. Que yo no era adivino, que no podía leerle la mente.

Que equivocado que estaba. Estaba olvidando mis poderes. 

Una Historia Camboyana

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