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El mundo ya no se divide entre occidente y oriente, norte – sur, izquierdas y derechas, ricos y pobres. En términos filosóficos la división está dada por los Idealistas y los Materialistas. Esto también se ve reflejado en el fútbol. Esa pasión que muchos definen como lo más importante de las cosas menos importantes, se puede transpolar a los líricos, los que les gusta tratar bien a la pelota, los platónicos, los que tienen la convicción que el camino es más importante que el destino final y por otro lado están los que creen en que el fin lo justifica todo sin importar el cómo, llegar a como de lugar, efectistas, pragmáticos y resulta-distas. El éxito ante todo. Están los que en su mayoría gustan del Barcelona de Messi y los que hinchan por el Madrid aun siendo Argentinos.

Desde un tiempo a esta parte mi mundo se fue encerrando cada vez más y ya casi no me junto con los del otro grupo y en eso soy “Irreductible” salvo las honrosas excepciones que vienen de la mano de los amigos que hice de chico. Perdonados por que los conocí bajo cierta ingenuidad y por eso los tolero y aguanto excepcionalmente.

Sin embargo en el fútbol existen misteriosamente casos de personas que en el mundo real son sumamente humanistas pero que a la hora de jugar a la pelota se vuelven totalmente exitistas. Los que en medio del partido se transforman en abominables monstruos que pierden todos los valores por los que luchan en su vida cotidiana con tal de ganar el partido. Caen las sospechas de que estas personas en realidad siempre fueron así y que el fútbol lo único que hizo fue sacar el velo de su verdadero yo. En general ocultan una personalidad egoísta que solo buscan agradar a la gente para conseguir sus objetivos incluso amatorios.

No obstante esto también ocurre a la inversa. Personas que son sumamente competitivas en sus trabajos. Los que te dicen que lo suyo es suyo porque se lo ganaron con el sudor de su frente y que cuando empieza a rodar el balón se vuelven tibios, sumamente complacientes y mediadores en las pelotas divididas. En este caso quizás nos encontremos simplemente ante un choto. Un perro que como no sabe jugar entorpece el buen juego para minimizar la derrota ante la imposibilidad de salir exitoso.

Pero la humanidad no siempre se vio inmersa en mundos opuestos. Hubo tiempos holísticos donde el sol salía en ambos lados de la orilla con varias lunas en el horizonte, repletos de oximorones. Es por ello que propongo ser liberados de esta dualidad y que los partidos estén plagados de magia donde no haya ni ganadores ni vencidos, solo correr atrás de la pelota, sin goles ni arcos, solo alegría, sonrisas, todos unidos, abrazados sin más objetivos que jugar por jugar.

Historias de un camboyano

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