Al parecer hay una carencia, una necesidad que nos lleva a amucharnos en comunidad.

Siempre me llamo la atención las comunidades de amigos que se vuelven familia. En general se produce durante la adolescencia, pero también lo ví en los migrantes que se van rejuntando para no extrañar tanto y sobrellevar la vida.

Yo pertenecí a una comunidad que se conformó en mi adolescencia. Todo parece tan perfecto que se vive como irreal. Pero esa burbuja por ley no puede durar mucho tiempo. El problema surge cuando aparecen las primeras rupturas de parejas. Nace el dilema sobre quien se va del grupo. En general el que se va es el último en llegar. Los que no son socios fundadores. En mi caso fui el primero en separarme. Era bien sabido que mi novia era mucho más piola que yo por lejos y si no hubiera sido por esa ley implícita donde el más antiguo se queda, todos hubieran preferido que el que partiera fuera yo. Aún recuerdo como se marchó con una dignidad increíble. Fue un gran cimbronazo para la comunidad de amigos. Por un tiempo fui el soltero del grupo y tuve que cumplir el rol del gracioso para ocultar mi tristeza.

Por suerte al tiempo encontré una nueva compañera. Ya estaba ansioso por presentarla. Llegó el día de la prueba de fuego. Se vive casi como una evaluación, con el nerviosismo inmenso de intentar caer bien. Cuando llegamos todos se esforzaron por hacerla sentir bien. Pero todos sabían muy bien que no era ella, no era la anterior. Lo peor de todo es que mi nueva novia lo sabía, lo percibía, lo sentía. Por más que se esforzaba nunca lograría serlo. No hay nada peor para encajar en un grupo que forzarlo. Porque incluso ejerce el efecto contrario. Con el tiempo, ella ya no quiso ir más a las reuniones. Porque efectivamente no la pasaba bien. Cuando me preguntaban amablemente por mi novia comenzaba a poner diversas excusas ante su inasistencia. Que se sentía mal, que tenía otros compromisos. Al tiempo dejé de ir a las reuniones. El grupo se enojó conmigo, comenzaron a recriminarme. Incluso la culpaban a ella por mis faltas. Mi novia, me decía que fuera. Le contestaba que sin ella no me divertía, aunque no era verdad. Veía su cara de dolor. No quería interferir en la relación con mis amigos, si acaso eran mis hermanos de la vida. Finalmente dejé de ir a las reuniones. Al principio sufrí, pero con el tiempo me fui acostumbrando y sobre todo mis amigos me dejaron de invitar.

La comunidad, la hermandad, la familia de amigos, esa que alguna vez juramos nunca separarnos se fue desmembrando con diversas excusas propia de la edad, el trabajo, viajes, o porque decían estar muy ocupados.

Pasó mucho tiempo para que el grupo se volviera a juntar. Ayudó que comenzaron a aparecer los primeros divorciados y ya me encontraba en ese bando. El dolor es un gran aglutinante.

¿Cómo estarán?, ¿Qué habrá sido de sus vidas?

Cuando nos vimos la conexión fue inmediata y el tiempo parecía no haber transcurrido. ¿Por qué será que sucede este fenómeno con los amigos de la juventud? ¿Cuál será la magia que nos une?

La mayor sorpresa se dió cuando ví que en esa reunión había sido invitada mi ex novia, la primera, la más querida por todos. Nos saludamos con cariño. Todo el grupo estaba atento a nuestro encuentro, se respiraba una tensión oculta. Pero nadie decía nada. Al principio nos esquivamos las miradas, hasta que hice un chiste y ella estalló en risa como lo hacíamos siempre y en ese momento nos miramos a los ojos y no hizo falta decir nada más.

Una historia camboyana.

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