El jueves pasado a la noche me fui a comer un asado a la casa de mi amigo Marcos en el barrio Bajo Palermo. Estacioné el auto justo al lado de su casa y antes de bajarme me quede revisando los mensajes de whatsapp. De alado de la casa de mi amigo salió una chica muy joven y muy demasiado muy bien vestida con una minifalda, tacos y una pequeña carterita con ella. Vi que encaró hacia mi auto sonriendo, sin que llegara a entender nada abrió la puerta y se metió del lado del acompañante y me dio un beso. Ante mi cara de asombro y un poco de susto, alcancé a decirle que en realidad ese no era yo. La frase me sonó aún más estúpida que la situación que estaba viviendo. En realidad era yo, aunque a esa altura ya no estaba seguro de nada. Me dijo que me veía un poco mayor, pero que ya estaba acostumbrada, que Tinder tenía esas cosas. Recién ahí me pude relajar un poco y calmándola le dije que yo iba al asado de su vecino. Se rio y se tapó la cara muy nerviosa. Rápidamente se bajó del auto. Me quedé un rato esperando a que se fuera, pero no se iba. Se quedó paradita en la puerta de su casa. Así que me tuve que bajar del auto y ahí más tranquilo me acerque y revisamos lo que había sucedido. Riéndonos me explico la confusión. Le desee mucha suerte para la cita de esa noche e ingrese por el pasillo de la puerta del costado de la casa de mi amigo.

Mientras caminaba me quede pensando y si le hubiera seguido el juego y no decía que ese era yo? Luego pensé: que buena escena para un guion de una película. Cuando entre finalmente al asado, luego de recibir los respectivos 15 minutos de gaste con que suelen recibir a los invitados, intente contar lo que me había sucedido pero nadie me creyó. Eso me pasa por Camboyano. Cuantos yo tenemos que no se parecen a nosotros mismos.

Una historia camboyana

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