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Esta historia me la contó la mamá de un amigo, me gusta empezar así porque le da un halo de credibilidad y me despego de que me hubiera pasado a mí.

En esa época los estudiantes de medicina iban a la morgue allá en el Clínicas en barrio Alberdi para hacer sus prácticas sobre la parte ósea del ser humano. La cuestión es que mi amigo decidió conseguir un cráneo para poder estudiar mejor la materia. Mediante un contacto que tenía en el cementerio logró obtener una calavera. Por supuesto que se trataba de una práctica ilegal, con lo cual se la entregaron envuelta en diario y este la colocó en una bolsa negra. En el camino de vuelta ya en el colectivo 46 de la línea 12 de Octubre decidió desenvolver la misma y se dio con que no le habían dado un cráneo, sino una cabeza. Literalmente con pelo, ojos, boca, nariz pero lo que más le llamó la atención es que tenía unos imponentes bigotes.

La paranoia lo invadió y rogó que nadie le preguntara que llevaba en esa bolsa. Llegó a su casa y se dio cuenta que no era muy saludable tener una cabeza así en su habitación. Por lo cual sacó la cabeza de los pelos y la colocó en una olla grande para que la piel se fuera despellejando hasta quedar a hueso limpio. El problema fue cuando llegó su mamá y quiso ver que rica comida estaba preparando su hijo y al destapar la olla vio a una cabeza que lo miraba con ojos saltones con unos bigotes extravagantes mientras el agua hervía. La reacción de su madre como no podía ser de otra forma fue de desquicio y desesperación pensando que su hijo era un asesino descuartizador de personas. Pasaron varias horas hasta que logró convencer a su madre que no había matado a nadie y que solo se trataba de un trabajo práctico para la facultad. Ante la amenaza de llamar a la policía y denunciarlo, mi amigo tuvo otra brillante idea. Embadurnar a la cabeza con miel y tirarla al baldío de enfrente para que las hormigas hicieran el trabajo de limpieza profunda. Así fue como a los 15 días mi amigo tuvo su calavera lustrosa y reluciente para estudiar medicina.

Cabe aclarar que tiempo después mi amigo dejó medicina para dedicarse al comercio. Pero lo que la madre nunca se atrevió a confesar, y la verdadera causa por lo cual había entrado en crisis, fue que esa cabeza y por sobre todo esos bigotes, esos inolvidables bigotes, no podían ser de otra persona más que de su tío que había muerto hace unos años.

Hoy el cráneo de mi amigo está en la repisa de su oficina.

Una historia camboyana

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