Ahora cuando trato de describir a una Camboyana, pienso en esas mujeres que de niñas siempre fueron diferentes, que no dejaron de soñar. Que se hamacaban hasta muy alto y que muchas veces fueron catalogadas de varoneras. Que no es lo mismo que decir machonas. Esas que se contactan con todo su ser sin siquiera mencionar una sola palabra.
Te conocí entre medio de un tumulto de gente. Incline levemente mi cabeza por sobre dos personas que conversaban y entre medio te ví sonriendo con un vaso en la mano. Cargada de éxtasis acarreaba una energía amorosa junto a otros tantos bestias que la acompañaban con reminiscencias de guerreros medievales. Giraban por el mundo y vendían artesanías en una suerte de hippies nómades, que fue toda una movida durante el advenimiento del nuevo milenio. Un mundo más líquido que también fluía sin ataduras en las relaciones, los lugares y los trabajos.
Lo sospechoso es que ella no parecía formar parte de esa tropa, tanto por su belleza como por su halo de princesa. Pensé que debía tener un poder especial como si fuera la bruja del grupo.
No se cómo se las arreglaba para estar siempre impecable sin perder su mirada cálida. Parecía no necesitar que la quisieran. Aunque saboteadora, siempre se rodeaba de gente tosca, maleducada y agresiva.Sin embargo con el tiempo comprendí que era todo lo contrario y que pedía que la quisieran sin exigencias y con simpleza.
En ese rejunte de extraterrestres, me encontró intentando hacer de hippie sin la menor posibilidad de éxito. Sobre todo por falta de paciencia, miedo constante y poco talento para el arte de dejarse llevar. Ella se acercó y me miró. Y a partir de allí supe que iba a estar todo bien. Y así fue. Una capacidad para ayudar y calmar a cualquiera que estuviera desesperado, excepto a ella misma. Como creyendo que al cambiar a los otros, a su entorno podría aquietar su tumultuoso e impenetrable mundo interior. Y así era la camboyana que yo conocí. La que me brindo un lugar para dormir aquella noche debajo de su puesto de artesanías cuando perdí el conocimiento por seguir la caravana de la locura de los que van girando por la vida a todo trapo.
Tiempo después la fui a visitar en una de sus internaciones. Parecía disfrutar de rodearse de gente con dolor. Una vez más lo logró y revolucionó a todo el centro de atención terapéutico donde estaba. Organizó un campeonato de ping pong en el que todo el pabellón participó. Por supuesto que llego a la final y la ganó con todo el público – internos, pacientes y personal terapéutico – bramando ante tremendo e histórico acometimiento.
Antes de irse, un paciente con un severo traumatismo de su conducta del tipo autismo que un día había decidido no hablar más, tras observarla por mucho tiempo haciendo malabares de repente rompió el silencio luego de más de 3 años y dijo repentinamente: – “¿cómo haces eso?”. Enmudeciendo a todo el recinto, tanto internados como médicos y familiares que no podían creer como había hecho para que volviera a hablar el paciente. Camboyana tenía que ser.
La última vez que la vi fue en un bar de la zona. Allí me contó que estaba acompañando a un amigo que conoció cuando volvía en taxi, le llamó la atención que en el ring tone del teléfono, el chofer tuviera la melodía de Michael Jackson.
- ¿Te gusta Michael Jackson?, le pregunto ya que hoy en día es raro encontrar a alguien que también le guste.
- Si le contexto el taxista, me recuerda a mi infancia.
Ni bien terminó de decir esas palabras anunciaron en la radio la muerte de Michael Jackson el rey del pop. Una noticia que los estremeció a los dos. Tanto por la noticia como por la coincidencia.
Cualquier conexión mágica era excusa para terminar en un bar hasta altas horas de la madrugada. Camboyana y perdedora por decisión propia, luchadora de causas ajenas